En esta última parte debatiremos críticamente los modelos de economía planetaria, en concreto el sistema agroalimentario y la agroindustria.

 

La industria alimentaria es uno de los mayores contribuyentes a la emisión de gases con efecto invernadero, siendo responsable del 37% de las emisiones de metano [1]. Sabemos que la culpa se la echan a menudo a las vacas y sus ventosidades. No deja de ser algo sorprendente, ¿verdad?.

 

¿Cómo es posible que las veas ahí plácidamente pastando con su largo intestino de rumiante y sean en gran parte causantes del cambio climático?.

La industria conoce este hecho y como algo hay que hacer con el metano, ya están buscando soluciones. Si estuviéramos en la Edad Media la solución podría ser relegarlas junto a las cabras al grupo de animales no dignos, pero en este siglo, cualquier cosa antes de asumir responsabilidades que suponen cambios sustanciales. Desde vacunas para combatir los microorganismos intestinales hasta la cría selectiva de vacas con menos metanógenos [2]. Porque la culpa también es de los microbios.

 

¿Y quizá también lo sea de que un tercio del terreno no desértico o helado del planeta se dedique a la agroindustria?, [3]

¿pero que luego el 30% de los alimentos acabe en basura?, [4]

¿o que hayamos perdido un 75% de variabilidad genética en los cultivos?, [5]

¿o que el 87% de los recursos fitogenéticos del África subsahariana provenga de otras partes del mundo? [6].

 

Aquí Darwin lo deja claro: “use it or loose it”.

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Se utiliza el término de “erosión genética” para indicar la pérdida de biodiversidad agraria; pérdida que resulta total, irreversible y para toda la eternidad [7]. Y esto tiene claras consecuencias de seguridad alimentaria. En definitiva, nuestra alimentación depende de cuatro variedades homogéneas de alto rendimiento, lo que la hace mucho más vulnerable. 

 

Pero lo importante es encontrar aditivos para el pienso que acaben con este problema ambiental tan importante del metano; siempre y cuando no afecten a la producción de leche, que en realidad es el objetivo último.

 

La realidad es que quien está detrás de todo esto es un puñado de empresas a las que se podría acusar de “biopiratas” porque controlan el 73% de las semillas y fertilizantes y facturan el 10% de la economía mundial a través de monocultivos que producen daño ecológico y en la salud, además de desposesión y desigualdad social [8]. La foto del agromodelo Fabián Tomasi accesible en internet podría ilustrar bien este comentario. Todo para mantener un exceso de producción que paradójicamente no es capaz de acabar con el hambre. Al revés, la idea macabra es producir alimentos hipercalóricos e hiperglucémicos para malnutrir en obesidad y déficit de micronutrientes al hemisferio norte.

 

Ojalá que el rigor que se le exige a la ciencia se le exija algún día a la economía y a la política. Pero veámoslo por el lado bueno; el hecho de que el sistema agroalimentario actual sea insostenible también lo hace clave en el deterioro de nuestros recursos naturales, y eso nos ofrece una oportunidad.

 

Mientras unos tratan de arreglar esta odisea con leyes y regulaciones, otros estudian las ventosidades de las vacas con sofisticadas cámaras y seleccionan ovejas con menos flatulencias, y los consumidores haremos lo que buenamente podamos...¿para tratar de solucionar el problema de verdad? ¿vosotros qué pensáis?

 

…si somos lo que comemos, ¿quieres ser cambio climático?